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Vamos a contar mentiras, tralará

Busco mentira en el diccionario de la Real Academia Española, y qué cosas.  Expresión o manifestación contraria a lo que se sabe, se piensa o se siente.  Cosa que no es verdad.  Etcétera.  El sábado escuché a Chema Alonso, el hacker bueno , en Plano Corto, el podcast de Almudena Ariza . Decía: Mi gran miedo es cuando la Inteligencia Artificial desarrolle la destreza de mentir para conseguir sus objetivos. Puede ser muy salvaje.  Los seres humanos somos geniales mintiendo, cientos de miles de años de práctica nos avalan.  Leo en El Domingo de las Madres de Graham Swift:  Contar historias, contar cuentos. Siempre con la insinuación de que traficas con mentiras. Pero para ella no sería nunca otra cosa que la tarea de llegar a la médula, al meollo, al corazón, al núcleo, al fondo: la empresa de contar la verdad.  Me pregunto si estas columnas, en las que suelo sembrar más de una mentira para proteger la verdad (como quien oculta un jardín secreto tras una puerta encantada), no serán nada

¿Bailas?

Algunos de mis momentos más felices los he pasado bailando. En las verbenas, en los conciertos. En las discotecas de mi primera juventud.  En aquellos años, las discotecas tenían sesión vespertina, y dos y hasta tres pistas. La pista de los lentos (los bailes, no los acercamientos, que solían ser rapidísimos e igual de fugaces), la de las rumbas y la de la música disco. Yo suplía mi falta de coordinación con mi escandalosa juventud y el revoloteo de una falda estampada que me hacía parecer una zíngara (o así lo quería imaginar yo).  Photo by Olivia Bauso on Unsplash Aquella bola plateada que giraba, la música atronadora que reverberaba en mi estómago, los labios de alguien que me preguntaban si quería bailar una rumba, o una lenta. Y yo sacudía mi melena y mi falda, y hacía un paseíllo al ritmo de los Pet Shop Boys .  A los diecinueve era consciente de que no bailaba tan bien como me gustaría. Pero... ¿y si lo hacía mejor de lo que recuerdo? Sea como fuere, ninguno de mis eventuales c

La otra mujer

 Voy a contaros una historia íntima, personal. Hace años descubrí que tras el retrato que le hizo Francisco de Goya a Leocadia Zorrilla, se ocultaba la figura de otra mujer.  Leocadia Zorrilla. Francisco de Goya.  Ella, es Juana García Ugalde, una actriz de teatro del siglo XVIII que tuvo una fama efímera. Juana era bellísima, pero según decía Leandro Fernández de Moratín era, también,  frigidísima y yerta . Qué crueles sus palabras hacia Juana, la Mariquilla de La comedia nueva o el café . Durante unas cuantas funciones (pocas) la Ugalde fue la estrella de uno de los teatros de Madrid. Años después, volvió a representarse, pero la protagonista fue otra, una meritoria más joven, más bella y más dotada para el teatro, según decían todos.  A Juana se le perdió la pista en los albores del XIX en Cádiz; debió morir demasiado joven y demasiado pobre, lo propio tras una vida bregada en miseria y decepciones. Desde el mismo momento en que descubrí la sombra fantasmal de Juana en la web del M

Segundas opciones

 Existe una intensa percepción que voy a denominar ser la segunda opción . La nombro percepción, porque en la mayoría de los casos, no puede probarse, excepto que tú lo sabes. Lo adivinas. Te lo dicen después.  Fotografía de @jontyson Es curioso. Durante mucho tiempo, fingir que ser especialista en rebotes no te importa, puede convertirse hasta en un modo de vida. S oy especialista en coger aquello que otro no quiere, por difícil, por enojoso, porque no ha resultado bien, y quedármelo. Y, a veces, hasta hacerlo con cierto pundonor, gracia y estilo . Pero lo realmente curioso es que si lo haces notar, el otro se siente molesto. Me explico. El que no ha pensado en ti la primera vez, y ahora le pillas presumiendo, se ofende si le señalas que fuiste su segunda opción, porque a nadie le gusta morder el polvo . Una cosa es una cosa, y otra, es otra.  Como  adviertes que hacerlo patente es incómodo, aprendes a callarte y a simular que tú fuiste, eres y serás la primera opción. O que no te im

Fragancias

Cuando Philippe Claudel (autor de la hermosa La nieta del señor Linh ) cumplió cincuenta años, escribió Aromas . Cincuenta textos cortos que recrean recuerdos importantes para él. Desde los aromas del abeto, a las esencias exóticas del viaje.  De la canela escribe: Los recuerdos de la propia vida, de la historia y de las novelas, se mezclan como cartas de una baraja. De pronto, empezamos a hablar de minaretes, tundras y princesas cautivas. De caravasares, caballos y estepas .  Escuchando el último podcast de la periodista Cristina Mitre con Ana Fernández Parrilla , he sabido que la actriz Natalia Verbeke construye sus personajes a través de sus olores. De cómo se imagina ella que es su fragancia. No se detiene en el olor imaginario, sino que busca el perfume, lo utiliza en los rodajes y, cuando terminan, nunca más vuelve a ponérselo. Porque ella no huele así. Solo su personaje. Imaginad cómo debe ser una mujer que huele a noche de mayo, o a playa en invierno, o a buganvilla en flor. A

Instrucciones

 La Humanidad se divide entre aquellos a los que les parece un planazo leer instrucciones y los que  hacen como que la cosa no va con ellos. Porque total, si no soy capaz de encender y apagar un aparato sin cortocircuitarme, no es mi culpa.   La culpa es de los ingenieros/informáticos/diseñadores que consideran todos y sin excepción que crear instrucciones como si fuesen jeroglíficos egipcios es la octava maravilla del mundo.  Esos papeles como prospectos farmacéuticos, dobladitos en sus cajas, que se despliegan como si fuesen mapas y en los que, en lugar de coordenadas, se busca con denuedo tu idioma. Ahí está el coreano, el inglés y el francés, el alemán, el arameo y el griego y el dialecto de una aldea del norte de Hungría. Pero en español, no las encuentras o es que quizás no estás capacitado para ello. Para encontrar las instrucciones escritas en tu idioma, y leerlas,  y entenderlas y asimilarlas, y luego doblar ese papel sin romperlo (es que es tan finito, como los antiguos libri

Casas

Hace unos meses me mudé a esta casa. La he ido decorando como he podido, con mejor o peor fortuna. Lo primero que hice fue poner un felpudo en la entrada, y frente a la puerta, sobre una mesita, una planta de hojas verdes y frondosidad escandalosa. De fondo, cada semana, suenan músicas distintas que hacen juego con mi estado de ánimo. Y 300 palabras que voy prendiendo de los rincones de algunas de las estancias. Algunas os gustan mucho. Otras poco, o quizás nada. Pero aquí sigo, inasequible (o casi) al desaliento.  Es curioso cómo esta casa se escribe desde mi casa y mirando a otras casas. Mi ordenador se pega al alféizar de una ventana que da a un parque pequeño, doméstico y, a todas luces, insuficiente. Ahí están los perros paseando a sus seres humanos. En las farolas, llueva o haga sol, suelen arrullarse las palomas. En las ventanas se adivinan rostros sin nombre.    Soy la muchachita del triste poema de Pessoa, aunque me gustaría ser el conductor del Chévrolet .  Pintura de Neus Ma