Ir al contenido principal

Entradas

Lisboa

He estado en Lisboa  en dos o tres ocasiones, y muy pocos días, pero desde el primer momento en el que me asomé a  Terreiro do Paço ,  subí a un tranvía e hice cola para coger el  Elevador de Santa Justa ... quise vivir en ella. No para siempre, solo cinco o seis meses; el tiempo justo de alojarme en una buhardilla de la  Baixa , ir a comprar el pan, hacer fotos, sentarme en una cafetería, intentar hablar portugués aunque los lisboetas se sonrían maliciosamente. Escribir, quizás, una novela.  Ir a trabajar a una librería o a una floristería. Perderme en sus calles, visitar una y otra vez todos sus miradores. Tomarme un vino tinto mientras atardece. Pasear por  Bélem  y contemplar el Tajo que allí se asemeja todo un mar. Escuchar fados y sollozar de la emoción.   Dice Sabina que al lugar al que has sido feliz no debieras tratar de volver , pero ¿qué ocurre si solo has tenido la intuición? Si aún no has sido feliz allí, pero crees que podrías serlo, ¿debes volver? En Lisboa ya estuvimos

Cuentos, matemáticas y unos ojos verdes

Lloraba como algunos niños lloran, sin hacer ruido. La joven maestra en prácticas, se le acercó: No llores preciosa, que te vas a estropear esos ojos verdes, tan bonitos . ¿Verdes? ¿Bonitos? Era la primera vez (más de cuarenta años después está casi segura) que alguien decía eso de sus ojos. Hipando, corrió hasta los servicios del colegio, y allí, mirándose al espejo se maravilló. ¡Sí, eran verdes! Verdes color charca, sí, pero verdes. Y, bueno, no eran feos sus ojos, qué va. Llenitos de rojeces, pero eso solía ocurrirle cuando lloraba. Pero los ojos... ¡se le habían vuelto verdes! Aquello era una pura maravilla. Foto de  @dizzyd718  en unsplash.com En un tren, un hombre y una mujer se cuentan cosas de su infancia. Ella escribía cuentos con siete, ocho años. Él, era un lince con las matemáticas. Con ocho, o siete años. Un día, ella llegó a la clase, la estaban esperando dos maestras. Una mañana, él llegó al aula, y se la encontró vacía, con uno o dos profesores. A ella, la hicieron sen

Hoteles

Me he alojado en bastantes hoteles. Hoteles de variado pelaje y condición, desde la humilde pensión con máquina de café y bollería industrial, a hotelazos con almohadas a la carta . Ahora bien, es distinto si es por trabajo o por vacaciones. Radicalmente. Marzena Slusarczyk (Katowice, 1976) Cuando estás en un hotel por trabajo, sea cual sea su categoría, ubicación y demás prestaciones, hay algo que se repite una y otra vez como las películas de los sábados por la tarde. La sensación de soledad, que te asalta de pronto y por sorpresa. Tú ya has estado ahí, encaramado a esa desolación. Lo has vivido en el hotel del norte, cerca de Tataramundi; o en el hotel de cuatro estrellas del paseo marítimo de la isla afortunada; o en aquella pensión logroñesa regentada por una señora a la que le gustaba tu abrigo rojo; o en el hostal emeritense que luce bustos de emperadores romanos. De pronto te sientes solo, te sientes sola, y la manta es muy fina, y tienes que acostarte con un jersey y unos cal

La vida de los otros

Esta pandemia horrible me ha traído nuevos y reconfortantes hábitos. Una caminata diaria, mi zumba on line tres veces a la semana (esto es un futuro tema para este blog), hacer pan, escuchar podcast los sábados por la mañana mientras hago la limpieza semanal, darme cuenta de que no me aburro conmigo misma, imaginar historias y escribirlas, escribir esta columna, abandonar por completo la tele de las vísceras. Sin embargo no todo es algazara y buenos comportamientos, a mí esto no me ha hecho mejor. Si acaso, una versión más fuerte y atrevida que intenta cumplir algún que otro sueño.  No, mejor persona no soy, aunque ya no veo esos programas que son batiburrillo vocinglero, un descarnado reality del más descarnado capitalismo.  Me desintoxiqué, sí, pero he de deciros que ahora soy espectadora de Instagram . De la vida que los otros deciden enseñarnos. Estoy siendo testigo de un traslado desde las Islas Canarias a Andalucía, y no sabéis lo que estoy aprendiendo de empresas internacionale

Supermercados

Acabo de terminar de leer la novela El tigre y la duquesa , de Jordi Solé y, en ella, aparece un Mercadona . Confieso que antes, cuando ir al supermercado no era nada más que una obligación fastidiosa, me entretenía observando a los clientes, a las cajeras...  De niña solía mirar fijamente a los ojos de las personas que pululaban por ellos, me fascinaban sus ademanes, lo que decían y, sobre todo, lo que no decían y se adivinaba. Yo era distraída y no me llamaban la atención las cosas prácticas, pero ay, el ser humano me parecía (y me parece) algo maravilloso. Más de un sábado por la mañana, en la cola de la caja, una de esas personas a las que yo no les quitaba ojo, me acariciaba la cabeza mientras murmuraba, divertida, a y, esta niña, qué miras bonita . Bien, no sé si divertida, la verdad. Igual, un poco mosqueada.  Ángela , pintura pastel de Germán Aracil. Me temo que sigo igual, imaginando que esa pareja que se mueve rodeada de una campana de intimidad, está empezando una relación q

Motivos

Hubo una vez que alguien intentó hacer ALGO por mí. Algo grandioso, un gesto inesperado y casi  rocambolesco. No salió bien del todo, pero implicó a tanta gente, hizo tantos movimientos, realizó tantas llamadas..., que su empeño (supuestamente altruista) no pasó desapercibido. Todo lo contrario.  Durante bastante tiempo pensé que nadie había intentado hacer por mí algo tan bonito. Me acuerdo que se lo dije. Gracias, no recuerdo que nadie, nunca, jamás, haya hecho algo tan bonito por mí . Qué olvidadiza y caprichosa es la memoria. Qué liviandad la mía.  Ilustración de Elena Pancorbo   Era falso, claro. Su puesta en escena y mi pensamiento. Soy una mujer con suerte, y no tengo que olvidarlo; hay personas que, sin alharacas, hacen mi vida especial. Tengo una piedra cálida del cuento pétreo de Petra. Hay quien me llama por teléfono en los conciertos de nuestro cantante favorito porque se acuerda de mí. Hay quien, si va por el campo y ve una flor preciosa, se detiene a cogerla para mí. Hay

Belleza

  Denise Hilton-Putnam. Vía Laura Franch @franch_laura ¿Recuerdas el primer paseo del último mayo? La naturaleza se había adueñado de las orillas del río, de las aceras, de los arcenes. Los bancos de los parques habían desaparecido entre la hierba. Nos mirábamos, los unos a los otros, entre extrañados y atónitos: no estábamos solos. Había flores por doquier, libres, salvajes, perfectas y rebeldes. Transida de emoción, hice un ramillete y me lo llevé a casa. Lo puse en una jarra con agua, hice una foto, la publiqué en las redes. ¿Tú también lo hiciste? Tras contemplar la belleza del mundo, queríamos retenerla.  ¿Recuerdas la primera vez que viste el mar? Si eres de tierra adentro (como yo), sin duda no lo olvidarás nunca. No hay nada que se le parezca. Tanta inmensidad, tanta grandeza. Si tú, lector, vives junto a él y, por unas cosas o por otras (la vida, que hace y deshace a su antojo), lo perdiste de vista... el reencuentro debió de ser para ti una epifanía. La espuma. La sal en la p