Cómo era posible que otra vez hubiese caído en la trampa de dejarse acompañar por él. Siempre la misma historia. La cara de ajo. La mueca escéptica. Mirando el móvil cada dos por tres. Revolviéndose, impaciente, en la butaca de la grada. Era insoportable.
Nunca disfrutaba cuando ella iba a los conciertos del músico loco. Lo miraba, crítica, condescendiente y con desprecio. Le señalaba todos y cada uno de sus muchos y variados defectos: ay, qué vergüenza, no cantes, que lo haces fatal. Deja de saltar, que pareces un chimpancé. ¡No seas ridículo!¿Cómo se te ha ocurrido ponerte esa camiseta de los ochenta?
Ella y él, por azar de la compra electrónica de unas entradas para un concierto de su artista favorito, cantan y bailan, pese a las miradas censoras de sus respectivas parejas. Él observa, de refilón, al marido. Ella mira, de soslayo, a la mujer.
Él y ella son muy distintos, al menos, físicamente. Ella es pelirroja, poseedora de una melena de rizos indómitos. Él luce un corte a cepillo. Ella es pequeña, delgada, grácil. Todo en él es grande: las manos, las piernas, los brazos. Ha transcurrido ya la mitad del concierto y, poco a poco, han ido trenzando una suerte de complicidad hecha de risas, gritos, estribillos cantados a pleno pulmón y piropos dirigidos al artista. ¡Eres grande! ¡Gracias! ¡Manolo!
Sus respectivas parejas no les quitan ojo: intuyen que algo está a punto de ocurrir. Algo peligroso. Definitivo.
Ellos, sin embargo, ya no les miran. Ni de soslayo, ni de refilón, ni de frente. Ahora, bailotean agarrados, furtivamente, de la mano. Y, cuando aquel músico ya mayor y un tanto loco, comienza a tocar aquella vieja canción, él no puede reprimirse. Ni ella. Y sí. Se besan como si fuera su primera vez. Porque lo es.
¿Quién no ha soñado con encontrar a un amor imposible?
ResponderEliminarPreciosa la historia, como siempre. Enhorabuena y gracias por conmoverme tan profundamente. Saludos.
Inma: gracias a ti por leer, por comentar, por estar. Un abrazo. :-)
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