Ella asiste a las clases de yoga de los lunes y miércoles. Él, con su impecable traje gris de recepcionista, la saluda con corrección, tratando de imprimir aliento, ánimo y optimismo en sus palabras. Si algo se le puede reprochar a ella, que luce, coqueta, su melena pelirroja, es el desánimo, el desaliento. El pesimismo.
—¿Qué tal?—, saluda él.
—Bueno, bah. Ahí, ahí. Tirando—, le responde, casi invariablemente, ella.
Él no se conforma, y el cien por cien de las veces refuta sus palabras.
—Tenemos que estar contentos de seguir aquí, vivos. Es suficiente con eso.
Si algo se le puede reprochar a él, es que no se ocupa de las plantas de recepción como debiera. Parece mentira que un hombre como él sea tan desatento. No retira las hojas secas del ficus. No riega debidamente las cintas verdiblancas, que aún siendo plantas resistentes, no toleran bien los cambios bruscos en el riego. Ella, los miércoles y, también, los lunes, se lo hace notar.
—Retire las hojas secas del ficus. Deje pasar algún día más entre riegos. Pobres cintas, tienen las hojitas amarillas.
Y, él, cada lunes y cada miércoles, le asegura:
—Le haré caso, a ver si consigo tener plantas bonitas en la recepción, a ver si soy capaz de que usted me dé el visto bueno.
Lo que él no sabe es que a ella le encanta que él eleve la voz para recordarle que ha de estar contenta. Porque sí, están vivos. Aún les brillan los ojos cuando se miran.
Lo que ella no sabe es que él juega con la vida de las plantas para continuar con la conversación. Ella no se imagina de lo que es capaz para conseguir que se acerque a recepción y, así, respirar su fragancia de jara bajo el sol.
¿Y nos dejas así?. Queremos más. Me ha encantado!!
ResponderEliminarJajaja. Mejor dejar con ganas que hartos, ¿no crees? ;-) Me alegro mucho. ¡Un abrazo!
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