Cuando todo va más o menos bien, cualquier rozadura se convierte en una molestia irritante. Todo tu día gira en torno a esa piedrecita que se te ha colado, sin permiso y con alevosía, entre tu pie y el zapato. Te pica, te araña, sientes una punzada que se agudiza con el paso de las horas. Los bordes de la herida comienzan a escocer, y no puedes pensar más que en eso. En la puñetera piedra, y echas a perder horas y horas lamentando el picazón, el malestar. Si hubieras tenido la precaución de descalzarte y desechar la piedra, ponerte una tirita, calmar el dolor incipiente.
Enfocarte en otras cosas que suceden a tu alrededor: el sol que parece nacer del mar o del bloque de edificios frente a tu casa, el borboteo del café, la novela de amor que has empezado a leer, los buenos deseos del cartero, el surrealismo con el que vive la panadera los avatares de su oficio. Si fueses capaz de calmar ese minúsculo padecimiento, apaciguarlo, y centrarte en otras cosas más grandes, más importantes. Más hermosas.
Pero, ah. Eso es lo que ocurre cuando te va, más o menos, bien. Que cualquier grieta, por imperceptible que sea, se te antoja descomunal. Sin embargo, cuando algo se tuerce (con esa torsión que atañe a lo esencial de la vida), las piedrecitas y sus efectos colaterales quedan reducidos al ridículo. Que algún trámite burocrático se te resista, que haya un retraso inexcusable en recibir el importe de una factura, que sientas una vergüenza paralizante ante tu última metedura de pata. Todo son ridiculeces sin sentido frente a lo trascendental de la vida. En estos casos, puede suceder que sientas añoranza de ese tiempo en el que te dolías ante cualquier molestia ocasionada por una piedrecita irrisoria.
Estupenda reflexión, Maria Antonia. Hacemos una montaña de un granito de arena y viceversa según el ánimo que tengamos en el momento. Nada es firme, nada o todo parece insalvable, así somos. Un superabrazo.
ResponderEliminarGracias, Isabel, por leer y comentar. Por estar. :-) otro superabrazo para ti, junto con un beso.
Eliminar