María Belmonte, en algunas páginas de Los senderos del mar, escribe sobre qué significa ser petromaníaco. Nada más y nada menos que la persona que siente atracción o pasión desmedida por las piedras.
De Lanzarote me traje lava bermellón y negra. También olivina. Fue en el Charco de los Clicos, un día feliz de esos que sabes que raramente se repetirán. La piedra de olivina espejea, verde y gris, humilde y tenue.
Tengo muchos corazones pétreos, la mayoría de ellos quebrados, desiguales, puntiagudos, deformes. Durante un tiempo emulé a la Doctora Cole de Noah Gordon. Esta manía, además, se la trasladé a uno de mis personajes: se llama Gertrudis y vive y trabaja en Madrid.
Otras piedras han sido regalos. Como el fósil que me trajo mi amiga, la de nombre de isla, mira, me dijo. Mejor que una piedra de corazón. O como la que me regaló otra amiga con nombre de ciudad italiana. Me la dio tras leer uno de mis cuentos (aquel cuento se perdió, me temo, irremediablemente). Esa piedra jordana llegó a mi casa con dedicatoria incluida: Yo estuve allí, en el cuento pétreo.
¿Eres petromaníaco, petromaníaca? ¿Perteneces a la noble estirpe de los apasionados de las piedras? O, quizás, ¿litótrata?
¿No lo somos todos, en mayor o menor medida?
Bonita forma de mantener la ilusión y felicidad con las cosas más sencillas que nos ofrece la vida.Si. Me gusta.
ResponderEliminarGracias por leer y comentar, Lali. Pues sí, creo que la tuya es, también, una manera bonita de verlo. Un abrazo.
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