He visto El limpiaparabrisas, el corto de animación de Alberto Mielgo, tres veces seguidas, una detrás de otra. En cada visualización he descubierto un detalle inadvertido: los pétalos rojos de las flores que se mezclan con la lluvia, los edificios altos impasibles ante la desgracia, las colillas rebosando el cenicero, la lámina azul del cielo que se asoma al mar contagiándole el color. El rojo. El azul. El verde. La velocidad frenética. El catálogo de Tinder. El letrero luminoso de una tienda de lujo. La carrera enloquecida hacia un destino que se desvaneció en el tiempo. El tiempo que no se tuvo en cuenta.
Porque el tiempo no pasa. Pasamos nosotros por él. Y mañana, quizás mañana, no estemos vivos.
Pero hoy, sí.
Esta pieza es de una factura exquisita, de una sensibilidad artística excelsa. Y sí, nos invita a reflexionar sobre el amor y el paso del tiempo con imágenes sutiles que se intercalan con otras, que no lo son tanto. Algunas nos golpean el corazón. Como golpea un chaparrón inclemente las aceras de la ciudad.
Viendo El limpiaparabrisas he pensado en que algunas personas, cuando envejecen, se vuelven cínicas e incrédulas respecto al sentimiento amoroso. Imagino que cada quien narra la danza según le fue su fortuna en ella. Lo imagino, y lo entiendo. Si está herido tu corazón, procuras protegerte.
Sin embargo y, pese a todo, ¿qué importa el tiempo? Si el amor se nos termina en cinco minutos, o en cinco meses, o en cinco años. Todo es relativo. La intensidad no se mide por la duración. Lo que importa es actuar, hacer, vivir con valentía. Y para querer, querida lectora, querido lector, hay que armarse de arrojo. De valor.
Cuando podáis, amad. Aunque se termine a los cinco minutos. O al final de la vida.
(El corto de animación premiado con un Óscar, está disponible en RTVEPlay hasta el veinte de abril. Por favor, no dejes de verlo).
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