Hace unos meses escuché una entrevista a Elvira Lindo en la que hablaba sobre sus quehaceres durante el periodo de confinamiento estricto que vivimos hace ya unos veinte meses (cómo pasa el tiempo). Ella comentaba que había estado muy ocupada, escribiendo, leyendo, haciendo ejercicio, dando charlas virtuales, cuidando de las plantas y cocinando mucho, junto a su marido. La entrevistadora le dijo, socarrona: ¡No me digas que a ti también te dio por hacer pan!
Tendría que volver a la entrevista para citar sus palabras exactas, pero creo que puedo transmitir el sentido general de las mismas. Vino a decir, de una manera muy simpática y, a la vez, contundente, que sí. Que su marido y ella habían guisado muchísimo, que habían experimentado y que, también, habían hecho pan. Que fue una de las muchas maneras que tuvieron de cuidarse, de tener una ilusión.
Hace unas semanas escuché el episodio El pan, de La fucking condición humana, un podcast de El extraordinario, de Mar Abad y me pareció una maravilla. “El pan es un reflejo de la naturaleza, es tostado como la tierra, es dorado como el sol, es rugoso como el tronco de un árbol. El pan calma, el pan produce sensación de estabilidad y consistencia, el pan arropa…”, nos susurra Mar Abad.
Dentro de unos días, comenzamos la conversación en torno a La panadera, una obra de teatro escrita y dirigida por Sandra Ferrús, en el Club virtual del Instituto Cervantes. Fijaos en este fragmento: “Hacer pan es como hacer vida. La materia prima es muy importante, pero la elaboración, el trato de esa materia prima, es fundamental. Hay que respetar todos los tiempos del proceso de creación: saber amasar, cuidar, arropar, dar oxígeno…”
Hacer pan en aquellos tiempos de zozobra, no fue baladí. Tuvo todo el sentido.
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