Como diría un moderno, cada junio finaliza mi vuelta completa al sol. Ya van unas cuantas. Ya hace tiempo que junio dejó de ser ese mes simpático en el que terminaban las clases, celebraba mi santo (sí, San Antonio de Padua y no San Antón), y mi cumpleaños. Junio era la antesala de un verano larguísimo, con días inacabables de lecturas, y espionaje a los chicos que me gustaban. Al chico que me gustaba. Hace ya mucho que junio es, simplemente, el mes en el que hay que entregar (te pongas como te pongas), la declaración de la RENTA. El mes en el que aún no sabes si podrás terminar todo el trabajo acumulado, las semanas en las que ya pesa el cansancio de todo un año. Porque el año no termina en diciembre, como para muchos otros profesionales, termina en junio. Photo by Annie Spratt on Unsplash Estoy un poco cansada, sobre todo, de mí misma. Y eso que este mes me está trayendo alegrías: mi planta me ha regalado una flor blanca, que se yergue, hermosa y presumida, buscando...