Estaba esta tarde en mi cocina, tomando un yogur natural desnatado y edulcorado. Escuchaba un episodio del podcast Participantes para un delirio, en el que la artista Coco Dávez conversa con el escritor Javier Aznar. Degustaba mi yogur desgrasado y sin azúcar, proletario, un producto lácteo fácilmente olvidable y, de pronto, la señal. La cita.
La artista y el escritor, citan en su charla a Cesare Pavese: No recordamos los días: recordamos los instantes.
Pues estoy lista.
Últimamente los días se suceden sin ningún instante que los diferencien. Trabajo, paseo, zumba, ventana, operarios del ayuntamiento haciendo ruido, supermercado para aprovisionarme de yogures y leche y limones y café, no querer mirar el WhatsApp que me desconcentro, mirarlo, no querer mirar las redes sociales que me desconcierto, y mirarlas, no querer leer más libros que los que tocan, que me disperso, y leerlos…
Pero, ¿será cierto que de los últimos siete días no soy capaz de recuperar ni un solo momento? ¿No seré capaz de rescatar un instante, sacarle brillo, mirarlo a los ojos, ponerle un marco precioso y colgarlo en la galería de mi memoria?
Cierro los ojos.
Un mensaje privado de un lector de uno de mis clubes. Un comentario en un audio de La columna del jueves. Espiar al cartero a ver si llega un paquete misterioso. Esperar con tanta ilusión mi primer encuentro, como autora, con un club de lectura. Caer en la cuenta de que si “escritor-a”, es una persona que escribe, yo lo soy. Nombrarme.
Miro la cuchara que viaja, desde el recipiente de plástico a mi boca, cargada de un mejunje que se hace pasar por yogur, y tarareo, adaptada, la canción de Rubén Blades: Yo que pensaba: hoy no es mi día, estoy salá, pero leche fermentada, tú estás peor, tú estás en ná.
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