Huye rápido, vete lejos es una novela de Fred Vargas en la que Joss, un marinero reconvertido en pregonero, reflexiona sobre las cosas, su vida oculta y dañina:
Joss comprendía desde hacía tiempo que las cosas están dotadas de una vida secreta y perniciosa. (...) El más mínimo error de manipulación provocaba a menudo toda una serie de calamidades en cadena, que podían ir del incidente desagradable a la tragedia, al ofrecerle a la cosa una libertad repentina, por mínima que fuese.
Seguro que os ha ocurrido más de una vez. La otra mañana, estaba yo trajinando en mi cocina, tan feliz. Abrí uno de los armarios altos, uno en el que guardo vajilla que no utilizo a menudo. En realidad, son restos de colecciones que perecieron en algún naufragio doméstico. Allí adentro duermen el sueño de los justos copas desparejas, tazas desportilladas, platos resquebrajados, un par de bandejas grandes más feas que un dolor, y un sinfín de cachivaches. Ahora sé que todos ellos, en la oscuridad y con alevosía, anhelan la libertad. Y que tenían un plan.
Nada más abrir una de las puertas, un vaso (deduzco, porque en su crimen llevaba el castigo) se avalanzó sobre mi cabeza. Menos mal que escuché un ruidito.
Un cling.
Un tropezón.
Un encontronazo.
Fue un segundo.
Una décima.
Una milésima.
Y zas.
Me aparté con una agilidad digna de una gimnasta olímpica y el vaso, que en su desesperación se había precipitado de manera inconsciente sobre mí, falló por dos centímetros rompiéndose en mil fragmentos brillantes.
Tengo en mi cuerpo marcas de otros accidentes o atentados (ahora no sabría discernir entre unos y otros): una quemadura en una pierna que parece un mapa, una cicatriz en un párpado, otra en una muñeca...
Ah, las cosas. Esperan. Pacientes. Calladas. Y... ¡zas!
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