Leyendo una novela policíaca de Michael Connelly, me encontré con esto: Todo el mundo tiene una persona por ahí, una bala. Y si tienes suerte en la vida, conoces a esa persona. Y una vez que lo haces, una vez te disparan en el corazón, entonces no hay nadie más. No importa lo que ocurra (muerte, divorcio, infidelidad, lo que sea), nadie más puede volver a acercarse. Esa es la teoría de la bala única.
Y, claro, es inevitable preguntarse por esa bala, por esa persona única a la que quizás has conocido, o no, porque tal vez, como en el hermoso, suave y melancólico cómic de Jimmy Liao, mientras tú ibas por una calle, él iba por la otra; mientras tú te mudabas a Lisboa, ella se quedó en Madrid ¿Y si no vivís el mismo tiempo? Tú, sobreviviendo en este siglo pandémico y desquiciado, con el toque de queda a cuestas, actualizando tus redes sociales y bailando zumba en un cuartito con ventana a un parque de árboles anémicos, irrisorios. Él, aquitano del siglo XII, gigantesco, barbudo, de ojos claros y sangre caliente, cuyo destino es morir guerreando, defendiendo a su señora. Qué destino frágil e injusto.
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