Ir al contenido principal

Entradas

El limpiaparabrisas

He visto El limpiaparabrisas , el corto de animación de Alberto Mielgo, tres veces seguidas, una detrás de otra. En cada visualización he descubierto un detalle inadvertido: los pétalos rojos de las flores que se mezclan con la lluvia, los edificios altos impasibles ante la desgracia, las colillas rebosando el cenicero, la lámina azul del cielo que se asoma al mar contagiándole el color. El rojo. El azul. El verde. La velocidad frenética. El catálogo de Tinder. El letrero luminoso de una tienda de lujo. La carrera enloquecida hacia un destino que se desvaneció en el tiempo. El tiempo que no se tuvo en cuenta.  Porque el tiempo no pasa. Pasamos nosotros por él. Y mañana, quizás mañana, no estemos vivos. Pero hoy, sí. Esta pieza es de una factura exquisita, de una sensibilidad artística excelsa. Y sí, nos invita a reflexionar sobre el amor y el paso del tiempo con imágenes sutiles que se intercalan con otras, que no lo son tanto. Algunas nos golpean el corazón. Como golpea un chaparrón i

Bailar con el más feo

 Me quejaba hoy mismo de lo de ahora y de lo de siempre. La especulación, lo infame de las eléctricas, el sinsentido de la guerra, los intereses de unos pocos que ya son riquísimos y aún quieren más. Más. Del bicho, del aislamiento, de la inseguridad, de no saber a ciencia cierta dónde estaré en un par de meses, si tendré trabajo, si no. Esas cosas de las que estarás más que aburrido. Ya me perdonarás. El caso es que me quejaba sí, y me quejaba mucho y por extenso, y repetía que ya no podía más con la incertidumbre, con el desasosiego, con el no saber con qué noticias nos golpearán los informativos esta noche. Los audios no eran mensajes, no, se habían convertido en verdaderos pódcasts. Más extensos, mucho más, que este que estás escuchando ahora mismo (si es que me escuchas y no me lees. Por cierto, gracias). Pero, al terminar, por fin, de quejarme, de lo más profundo de mi inconsciente surgió la expresión: qué le vamos a hacer. Nos ha tocado bailar con la más fea. Pues bailemos.  Pue

Lucrecia

Escribe Sandro Veronesi en su novela El colibrí : No, no existen miradas más importantes y miradas menos importantes: en el momento en que las lanzamos, todas las miradas son entrometidas y solo la conjunción de los acontecimientos, es decir, el azar, determina las consecuencias que tendrán .  Estoy terminando de leer el último libro de la escritora Isabel Barceló, Lucrecia Borgia (1480-1519). Bajo una nueva luz. En esta obra histórica, documentada hasta la exhaustividad y que se lee con el luminoso encanto de una novela, Isabel nos muestra a una Lucrecia Borgia radicalmente alejada del estereotipo de femme fatale que casi todos habíamos aceptado. Nuestra Lucrecia era una mujer taimada, que utilizaba sus encantos para hechizar y manipular a los hombres, capaz de llegar al asesinato si se estorbaba a sus planes.  Pero entonces, llegó Isabel y la miró. La contempló con precisión bajo la luz de inventarios, correspondencia, documentos, e investigaciones de historiadores rigurosos. Inves

Gabinete de Curiosidades, de Nuria Pérez

Fue en septiembre de 2019. Trabajaba coordinando un Plan de Fomento de Lectura en cuarenta bibliotecas de la provincia de Badajoz. Fue en Arroyo de San Serván, en unas jornadas de formación para bibliotecarios que resultaron ser las últimas pero, entonces, aún, no lo sabíamos.  Allí, en la biblioteca, hablé de creatividad y propuse un juego: escribir un poema dadaísta. Escuchamos un clip de audio de ¡Hagan juego! , un episodio de Gabinete de Curiosidades , de Nuria Pérez .  Nuria Pérez No sé cómo llegué a ese gabinete en el que Nuria, minuto a minuto, con esa voz envolvente y hermosa, me descubría asuntos sorprendentes, me hacía ver de otra manera Dirty Dancing , me llevaba al espacio para contemplar la canica azul (tan bella, sin fronteras, ni guerras), me contaba historias de amor extraordinarias, e impulsaba mi curiosidad. Porque si soy algo, es curiosa. Voy por la vida brujuleando y maravillándome. Por eso, quizás, me fascinó Gabinete de Curiosidades . A lo largo de estos años lo

Personajes de novela

Antes de leer La señora March de Virginia Feito vi su entrevista en Página Dos .  En ella, la escritora le reconocía al presentador que su protagonista, el personaje principal de la historia que había creado, le caía francamente mal. Le parecía odiosa. Y que se lo había pasado fenomenal inventando trampas y torturas psicológicas en las que hacer caer a la señora March.  Hace unas semanas intercambié varios correos con una amiga escritora. Yo la hacía partícipe del enamoramiento arrebatado que siento hacia uno de mis personajes , ella me dijo que le pasaba igual que a mí: la mayoría de los protagonistas de sus obras son personajes históricos por los que ella siente fascinación. Me dijo algo así como que no podría dedicarle tiempo a un personaje que le resultase detestable. Después, he leído la historia de Feito y, sí, la señora March es odiosa. Cruel. Pero desde las primeras páginas, sin poderlo evitar, fui encontrando motivos para disculpar su conducta. Su personalidad. Motivos que Vi

Partes inventadas

Acabo de terminar de ver la serie de Netflix ¿Quién es Anna? , en la que se narra l a historia real de la estafadora y timadora rusa Anna Sorokin, que se hacía pasar por una rica heredera alemana llamada Anna Delvey .  El artículo de la periodista Jessica Pressler es la base de la serie y, como se nos avisa en cada inicio de sus nueve capítulos, toda esta historia es completamente cierta, excepto por todas las partes que fueron totalmente inventadas .  La actriz Julia Garner interpreta a Ann Sorokin en la serie.  Anna Sorokin, en el juzgado. Me ha gustado la serie y me ha alucinado la historia de Anna, no porque casi consiguiera que bancos y fondos de inversión le concedieran la friolera de veinticinco millones de dólares para crear el refugio de artistas y club social Fundación Anna Delvey , ni porque los socialités se la rifasen (a fin de cuentas, era joven, elegante, segura de sí misma y desprendía aroma a glamur y dinero), sino porque termina la serie y nos sentimos fascinados y

Siestas

Ya casi no te acuerdas pero aquellas tardes tórridas de verano en las que tenías que hacer la siesta, te desesperabas dando vueltas entre  las sábanas revueltas y rumiando la injusticia. ¡Cómo se podía perder así el tiempo, por dios! No, no era justo. Lleno como estabas de esa energía infantil alimentada de meriendas de pan con margarina y azúcar con leche, o chocolate negro amordazado en un trocito de barra, y tenías que malgastarla quieto, callado, mientras bajo tu cama estaban tus cuentos y tus tebeos de quiosco, y afuera, en la calle, seguro que pasaban todo tipo de cosas… ¡Menuda injusticia!  Photo by Nery Zarate on Unsplash Más tarde, de jovenzuelo o jovenzuela, identificabas aquellos descansos vespertinos como una flaqueza. Tú preferías dormir por la noche, descansar bien tus catorce o quince horas, y no cortar el día por la mitad con la milonga de la siesta. Además, por aquel entonces no existían los libros electrónicos ni los móviles con aplicaciones de lectura, y echarse la