Escribe Sandro Veronesi en su novela El colibrí:
No, no existen miradas más importantes y miradas menos importantes: en el momento en que las lanzamos, todas las miradas son entrometidas y solo la conjunción de los acontecimientos, es decir, el azar, determina las consecuencias que tendrán.
Estoy terminando de leer el último libro de la escritora Isabel Barceló, Lucrecia Borgia (1480-1519). Bajo una nueva luz. En esta obra histórica, documentada hasta la exhaustividad y que se lee con el luminoso encanto de una novela, Isabel nos muestra a una Lucrecia Borgia radicalmente alejada del estereotipo de femme fatale que casi todos habíamos aceptado. Nuestra Lucrecia era una mujer taimada, que utilizaba sus encantos para hechizar y manipular a los hombres, capaz de llegar al asesinato si se estorbaba a sus planes.
Pero entonces, llegó Isabel y la miró. La contempló con precisión bajo la luz de inventarios, correspondencia, documentos, e investigaciones de historiadores rigurosos. Investigó, leyó cientos y cientos y cientos de páginas, escribió cientos y cientos y cientos de horas. Isabel Barceló miró a Lucrecia Borgia, y escribió su libro.
Lo siento, Isabel. No puedo imaginar una mirada más entrometida.
He de confesar que no quiero despedirme de Lucrecia, no. He descubierto a una mujer extraordinaria a la que a veces no comprendo (nos separan siglos, clases sociales, códigos, cultura, países, conocimiento, belleza), pero que admiro. Ella era hermosa, culta, refinada, compasiva, amorosa, sagaz, inteligente. Amó tanto como pudo y le permitieron, y no, (atención, spoiler) no cometió incesto con su poderosísimo padre, el papa, ni con sus no menos poderosos hermanos. Su vida fue una aventura también extraordinaria llena de dicha y de gozo, en la que no faltaron la tristeza, la incertidumbre y las lágrimas.
Como escribe Isabel, Lucrecia fue una mujer solar, sorprendente y humana. Muy humana.
Sonrío al escucharte, María Antonia, después de haber leído tus #300 palabras. Qué gran verdad es que la voz acaricia, añade significado, crea complicidades que en el texto escrito no se captan de igual manera. Lucrecia ha sido, también para mí, un gran descubrimiento. Aunque intuía, como muchas otras personas, que la leyenda negra que la infamaba era exagerada e injusta, no esperaba encontrar a una mujer tan completa, tan cabal en su comprensión del mundo, tan consciente de sus responsabilidades y con tanta tenacidad, voluntad y diligencia. Creo que, hasta donde sabemos de otras damas, fue una de las más grandes, si no la mayor, princesa del Renacimiento deItalia. Y quizá de toda Europa. Gracias por tus palabras, María Antonia. Me animan a continuar con la tarea de redescubrir a otras mujeres del pasado.
ResponderEliminarQué ilusión me hace imaginar esa sonrisa, Isabel. Y decirte (esto te lo habrán dicho ya muchísimos lectores y especialistas), que con la lectura de tu Lucrecia nos sumerges en ese mundo de las cortes renacentistas, no es solamente un relato de Lucrecia (que ya es muchísimo) sino que es un dibujo (como los que componían los Libros de las Horas) detallista y precioso de todo lo que la rodeó, el contexto político, las intrigas vaticanas, los juegos de poder, las estrategias familiares, los matrimonios como pactos para conseguir feudos, riquezas, cómo eran los palacios, los conventos, cómo se vestían, cómo se movían, el amor cortés... l en fin, un gustazo. (Me imaginaba, leyéndote, a nuestra Lucrecia en los bailes, chiquita, delgadita, con el pelo largo, largo, y flotando, feliz). Esta obra y sobre todo tú os merecéis premios, muchos premios. Estoy segura de que alguno llegará. Ha de llegar. Enhorabuena, Isabel. Y gracias a ti.
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